Dentro de la casuística de situaciones ante las que puede encontrarse un conductor, ya sea persona física o virtual, se encuentran aquellos terribles escenarios donde intentar salvar la vida de uno de los autores involucrados supone guiar a la muerte a otro(s) y viceversa. Desde el punto de vista tecnológico, programar que el coche actúe de una manera o de otra no entraña mayor dificultad, pero desde el filosófico es una cuestión de gran calado.
Investigadores de la Escuela de Economía de Toulouse se han adentrado en esta materia realizando un estudio sobre coches autónomos dónde se incluían varias preguntas relacionadas con este tipo de situaciones, como qué decidirían ante la situación de elegir entre la muerte del pasajero o que diez personas murieran atropelladas.
Entre otros resultados, los investigadores encontraron que más del 75 % de los encuestados preferían el sacrificio del pasajero (entendiendo que ellos mismos podrían serlo) ante un accidente donde pudieran morir varias personas, y el 50 % elegían el autosacrificio cuando se trataba de sólo una persona. Posteriormente aleatorizaron el número de personas que morirían si no giraba el coche contra la mediana.
Más allá de principios filosóficos y encuestas (en frío es muy fácil decir que uno se sacrificaría), este es un tema que todos los países que admitan la existencia de coches autónomos deberán afrontar y probablemente variará según la normativa legal de cada país. Por otro lado, desde mi punto de vista es una interesantísima discusión que inevitablemente rompe las leyes de la robótica popularizadas por Asimov.