Aún estamos de “resaca tecnológica” del CES 13, y es innegable que ha sido el año de las resoluciones increíbles (4K en televisores y Full HD en móviles), pantallas enormes y procesadores de infarto por si crees que cuatro núcleos en un móvil no son suficientes. Pero a mi me sigue pareciendo que hay unas grandes olvidadas, y no solo en este CES si no desde que se inició la moda de los smartphones: las baterías
Hoy en día a cualquiera le parece normal llegar a casa y poner a cargar el móvil, o vivir con un cargador o cable usb todo el día encima. Es algo que hemos aceptado con facilidad, y que parece que es el precio que hemos de pagar por poder hablar por whatsapp desde cualquier lugar. Los smartphones han ido cambiando desde su aparición, más o menos, en 2008 y hemos pasado de un núcleo a 528 MHz a ocho núcleos, de pantallas de 3.2 pulgadas a 5 y pico y grosores de 17.1 mm a 6.9 mm en tan solo 5 años. Pero en lo referente a las baterías no hemos tenido ninguna noticia de mejora salvando quizás el aumento en tamaño de las mismas, que va intrínseco al crecimiento de las pantallas (por rellenar hueco más que nada), y además recordad que un pantalla más grande significa mayor consumo de batería y si no, mirad los que tengáis un Android qué es lo que más consume.
El caso es que pocos fabricantes se han preocupado en aumentar el tiempo entre carga y carga de nuestros terminales. Quizás Motorola con su serie Razr es la única que se ha atrevido a llevarlas más allá del umbral de los 3.000 mAh, característica que ha hecho que varias personas de mi entorno se decanten por este modelo. Por eso y porque lleva kevlar y siempre mola decir que tu móvil es del mismo material que los chalecos antibalas.
Probablemente uno de los motivos por los que no tengamos baterías mejores es porque es un campo en el que es muy difícil investigar, pero parece que tecnologías como el litio-aire a medio plazo, que promete aumentar las batería hasta 10 veces o el grafeno a largo plazo, son el camino a seguir.
Por ahora nos tenemos que conformar con soluciones por software como ha hecho Sony, aunque a medias tintas, porque ha incluido en su último terminal, el Xperia Z, un sistema de ahorro de batería llamado Stamina, que no deja de ser una solución como otras muchas de las que podemos encontrar en los repositorios de aplicaciones de nuestros móviles, o funcionalidades que ya ofrecen muchas de las ROMs que podemos usar en Android, que consiste en deshabilitar aplicaciones cuando no se usen o cortar las comunicaciones de datos cuando no estemos usando el teléfono.
Otra solución propuesta es variar los amplificadores de potencia que permiten comunicarse a nuestro móvil con el exterior, para ajustar el consumo a las necesidades de la conexión como ya os comentamos hace unos meses.
Y aunque haya llorado durante todo el artículo en que cada vez son más núcleos y se olvidan las baterías, más núcleos también significa menor consumo, ya que al repartir el procesado de las aplicaciones entre todos los núcleos se reduce el consumo. Por ejemplo, el nuevo procesador de Samsung, basado en Exynos 5 Octa, promete reducir el consumo un 70 por ciento, pero ya veremos si lo cumple.
Quizás parte de la culpa de esto la tengamos los propios usuarios o medios de comunicación, porque llama más la atención un titular como “El móvil más fino del mundo” que “El móvil con más batería del mundo” y por ello las compañías gastan más dinero en núcleos que en baterías. Pero en mi caso, como en la gran mayoría de mi entorno, lo tenemos claro: preferimos un móvil que no tengamos que cargar todas las noches a uno que pueda perder en un taco de folios.