A pesar de estar encasillado por muchos como un actor de comedia, Michael Keaton es un gran actor dramático. Cierto es que, desde que consiguió abrirse hueco en el cine en 1982 con la película Turno de noche, donde compartía cartel con Henry Winkler y Shelley Long, hasta el Batman de Tim Burton en 1989, buena parte de sus películas fueron comedias. Sin embargo, ha demostrado que es un buen actor en dramas o en películas de suspense, como en De repente un extraño o Medidas desesperadas.

Keaton alcanzó el punto más alto de su carrera en 1992, con Batman vuelve, entrando a partir de entonces en un lento declive hasta desaparecer casi del mapa al entrar el nuevo milenio. Cierto es que ha no ha dejado de participar en distintos proyectos, pero no como cabeza de cartel, quedando cada vez más relegado a papeles de secundario, como su participación en el reboot de Robocop. Por ello es una gran sorpresa su regreso, y por todo lo alto, en Birdman, o la inesperada virtud de la ignorancia, dirigida por Alejando González Iñárritu.

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En esta película Keaton interpreta a Riggan Thompson, un actor cuya carrera y vida personal están tocando fondo. Es una persona que ha tenido fama y dinero, gracias a haber interpretado a un superhéroe, Birdman, en tres ocasiones. Sin embargo, tras negarse a rodar la cuarta entrega, su carrerá comenzó un lento y tortuoso declive. Para recuperar el éxito y demostrar que es un actor, y no sólo un famoso, decide arriesgarlo todo y escribir, dirigir, producir e interpretar una adaptación del relato de Raymond Carver De qué hablamos cuando hablamos de amor, y estrenarla en uno de los teatros más famosos de Broadway.

La película sigue a Riggan y a los personajes de su entorno inmediato en los días desde los ensayos y pre-estrenos con público hasta el gran estreno. En ella encontramos a una hija recién salida de rehabilitación (Emma Stone), con su mejor amigo que es también su abogado y productor (Zach Galifianakis), con un actor metódico de éxito y que sólo es capaz de vivir a través de los personajes que interpreta sobre escenario (Edward Norton), con una novia que necesita atención y que desea un hijo (Andrea Riseborough), y con una actriz que desea conseguir el éxito en Broadway de una vez por todas (Naomi Watts).

Las relaciones de Riggan son especialmente relevantes, y un síntoma del estado de su vida. No sabe cómo acercarse a una hija a la que ha fallado. Se encuentra en una relación con su compañera de reparto que para él no significa mucho más que un lío pasajero. Abusa de su amigo, haciéndo que este tenga que lidiar con todo aquello a lo que él no quiere enfrentarse. Siente celos de su compañero de reparto por tener el reconocimiento de la crítica y por no ser capaz de hacer que se pliegue a su visión de la obra. Y, la relación más importante, es la relación consigo mismo.

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Buena parte del metraje hace una mirada al interior de Riggan, dando forma física ante el espectador a su lado más oculto y oscuro de su personalidad, que le acosa y se mete con él, minando su confianza y sus decisiones. Pero no sólo se manifiesta su Pepito Grillo malvado en la película, pues el mundo interior de su personaje es accesible a los espectadores, con proezas dignas de un superhéroe o alteraciones de su entorno salidas de un sueño, que dan una muesta de cómo es su estado de ánimo.

La interpretación que hace Michael Keaton es magnífica. Teniendo en cuenta que también interpretó a un superhéroe en la gran pantalla, la línea que lo separa de su personaje da la apariencia de quedar difuminada, aunque no tengan nada que ver ambos. A parte, los momentos en los que se habla a sí mismo, o los momentos en los que con su expresión y gestos dan una idea del estado de ánimo del personaje, son magistrales.

Es un regreso por todo lo alto que demuestra que si alguien pensaba que estaba acabado, se equivocaba. En esta película demuestra que es un actor con mayúsculas, capaz de enfrentarse a cualquier personaje, sea un supehéroe, un tipo excéntrico, un fantasma, un psicópata o un oscuro reflejo de sí mismo.

Pero no es el único que brilla. Edward Norton y Emma Stone son otros dos actores que destacan sobre el resto, no sólo por ser los dos personajes con más peso, sino por lo bien que se ajustan a ellos. El egocentrismo y actitud de divo resabiado del personaje de Norton serían incapaces de reproducir por otros actores. Stone, por su parte, conmueve con su interpretación de hija que busca no sólo su lugar en la vida, sino la atención del padre que no estubo nunca ahí.

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La narración de la película es fluida y rápida, con un montaje soberbio, pues da la sensación de estar rodada en su práctica totalidad en un solo plano. No obstante, son hábiles trucos de montaje, más sofisticados, pero del mismo estilo que empleó Hitchcock en La soga. El guión está lleno de diálogos brillantes y naturales, creibles en cada uno de los personajes, no dando la sensación de que ninguno de los personajes diga algo contrario a su personaje o estado de ánimo.

También encadena momentos memorables, sacando partido a los problemas que surgen en todo montaje teatral, que van desde sucesos inespereados durante un ensayo con público a catástrofes más o menos humillantes, incluyendo un mítico paseo en ropa interior de Michael Keaton por Times Square.

Alejandro González Iñárritu hace un gran trabajo en la dirección de una película que se encuentra alejada de lo que hasta ahora nos tenía acostumbrados. Esta es, en el fondo, una comedia, encontrándose por ello muy alejada del tono de Babel y 21 gramos, pero a la vez es más seria y reflexiva que las anteriores. Los temas que trata son mucho más profundos, pues son profundamente personales. Nuevamente demuestra que es un gran conocedor de cómo se debe hacer cine, de cómo se ha de dirigir a los actores para sacar todo lo mejor de ellos y que lo que hace no es trivial. Esta es una película realmente de Óscar, y si no consigue arrasar será una auténtica injusticia.

Puntuación

9.0

sobre 10