Uno de los motivos del tropiezo inicial de la Xbox One, y por el que cedió la corona de consola de salón más vendida a Sony, fue la inclusión de Kinect. Este sistema de seguimiento de movimiento hizo que el precio inicial de la Xbox One fuera de 500 euros frente a los 400 euros de la PlayStation 4, y resultó ser una diferencia fundamental para que la PS4 triunfara.
Aunque Microsoft apostó fuerte por la integración de Kinect en juegos, pocos estudios le siguieron en su apuesta. Tras distribuir una versión de la Xbox One sin Kinect, el producto dejó de tener un mínimo de interés para los usuario y los estudios de videojuegos. Ahora Microsoft ha constatado que es un producto que ha pasado a mejor vida con el final de la producción de Kinect.
Aun así, la compañía ha vendido en torno a 35 millones de unidades desde que apareciera en el mercado en 2010 para la Xbox 360. La más reciente Xbox One S no incluía el conector Kinect, como tampoco lo incluye la Xbox One X que se pone a la venta el 7 de noviembre. Los jugadores, al fin y al cabo, quieren jugar, y Kinect no ha aportado en ningún momento una característica diferenciadora que sí introdujo la Wii en su momento, pero sin que Microsoft haya conseguido emular su éxito. La compañía ahora apuesta por la realidad virtual, a través de HoloLens y las gafas para la Realidad Mixta de Windows.
Vía: EnGadget.